viernes, 12 de junio de 2009

Un hombre ha muerto


Eran muchas las cosas en las que no coincidíamos. Sin embargo, durante muchos años, compartimos un proyecto que definió la carrera de ambos.

El tenía su estilo y yo el mío. Sin embargo, durante algún tiempo, él bromeaba con que haciendo de "policía malo y policía buena" armábamos un buen equipo.

El fruncía el ceño, y yo sonreía. El gritaba, y yo nunca alcé la voz. El perdía demasiado pronto la paciencia, y a mí me resultaba más fácil comprender. Sin embargo, tomando decisiones, muchas veces él ablandó mi mano cuando se puso dura.


Yo lo admiraba por su capacidad de gestión, su energía para generar proyectos, y su fuerza. El me respetaba, en mi persona y mi trabajo.

Extrañamente, solíamos coincidir en lo que había que hacer, aunque por distintas razones. No nos resultaba fácil ponernos de acuerdo, y tuvimos discusiones -y peleas- antológicas. Pero teníamos un código de respeto común, y confiábamos el uno en el otro... hasta que la confianza se quebró.


Como en todas las relaciones asimétricas y desparejas (sean amorosas, familiares, de amistad o profesionales, como era este el caso) los equilibrios se mantuvieron lábilmente ajustados mientras las circunstancias lo propiciaron. Y cuando las circunstancias ya no la favorecieron, la relación se resintió. Y el proyecto ya no fue común, ni el equipo volvió a ser el mismo.


En nuestra última charla le dije, simplemente, que me iba. Disimuló su sorpresa pero sus ojos se enrojecieron. Ofrecí permanecer en contacto para lo que fuera necesario, como si no pudiera hacerme a la idea de irme del todo, y él rechazó la oferta. "Podemos arreglarnos", dijo; y yo sabía que era cierto. Le estreché el hombro derecho y le dí un beso. La despedida fue en silencio.


Durante estos meses me rondó la idea de que íbamos a encontrarnos en algún lado, por esas cosas de la profesión que hacen que la gente se cruce, y más tranquilos íbamos a darnos la charla que nos debíamos.

Pero el martes supe que había muerto. Y estoy triste: por él, por su familia, por su proyecto -que también fue mi proyecto-, por el equipo del que alguna vez fui parte, y por el obligado silencio.