sábado, 14 de julio de 2012

Dos años con la Ley de Matrimonio Igualitario





Le decíamos Carmiña, como homenaje a la heroína de una novela televisiva que entonces estaba de moda. No recuerdo su nombre; o quizás nunca lo supe. Era, para todos, simplemente Carmiña. Así: sin apellido.

Sí recuerdo, en cambio, su cara redonda, como de manzanita, con esos cachetes rosados típicos de la pubertad y las hormonas que colorean la piel. Con pequitas. Y un cabello abundante, ensortijado, de un castaño más bien rojizo. Ahora que lo pienso, lindo cabello tenía.

Todos le decíamos Carmiña. Y tanto se lo dijimos que su nombre quedó por ahí perdido, en los pasillos largos de la escuela. Creo que hasta las maestras le decían así, aunque debo reconocer que nunca oí a ninguna hacerlo. Pero tampoco oí a ninguna recordarnos su verdadero nombre ni reprendernos. Y, a fuerza de no usarlo, este terminó siendo el verdadero: el de la marca de la vergüenza.

Porque en aquellos años, que tus compañeros de grado te llamaran Carmiña –y de tanto llamarte así, que toda la escuela terminara haciéndolo- era la marca de la vergüenza. Carmiña sustituía al tan grotesco “puto” y al tan vulgar “Mariquita”. Carmiña era, en boca de estos chicos de buena familia, casi una concesión. Casi ni sonaba a insulto. Era, casi, un nombre más. El nombre de la vergüenza.

Pero Carmiña no bajaba la cabeza: se vengaba silenciosamente. Era lo que, años más tarde, escucharía llamar “un puto malo”. Carmiña se rebelaba, se imponía, devolvía insultos, trataba de integrarse como fuera a ese grupo que lo aceptaba con la condición de mantenerlo diferente. Y él, con su diferencia, se las arreglaba. O eso parecía.



Cuando terminamos la primaria, todos los grupos de 7º nos disgregamos entre las escuelas de la zona. Los que seguimos estudiando -claro- porque en esos tiempos tampoco era lo obvio.  Y como no habíamos compartido grado -sino apenas los recreos de la escuela- y como no compartíamos amigos -porque Carmiña parecía no tenerlos- le perdí el rastro.

Y así fue como no supe nada de él hasta ese mediodía en que, a punto de entrar a clases en mi nueva escuela, me crucé con la salida del turno de la mañana. Habían pasado apenas unos meses desde que habíamos terminado la primaria, y ahí estábamos, frente a frente, una vieja compañera de entonces y yo. Y la contundencia desangelada con que se informan las trivialidades: “che, ¿te acordás de Carmiña? Se ahorcó”. Eso fue todo.




Desde entonces, cada tanto me acuerdo de Carmiña.
A veces me pregunto si ese final habrá sido cierto. Nunca lo confirmé con nadie. Quizás, porque prefiero que quede así, en la posibilidad de una duda en la que en realidad no creo. Pero que es consolador tener.
Otras veces me pregunto qué habría sido de su vida si no hubiese sido su muerte. Y no puedo dejar de pensar cuánto tuvimos que ver nosotros con ella. Y se me estruja el corazón pensando en ese chico, a quien en realidad no conocí más que por su nombre de la vergüenza, porque seguramente entre todos fuimos dándole pequeños empujoncitos arrimándolo a su muerte. Y soy yo quien siente una profunda vergüenza: vergüenza por no saber su nombre, vergüenza por los compañeros que fuimos, vergüenza por las maestras que tuvimos, vergüenza por la sociedad en la que vivíamos. Vergüenza.



Creo que hoy Carmiña podría estar viviendo una vida que no sé si soñó, pero evidentemente no imaginó posible. Por eso hoy estoy tan feliz: por todos los Carmiñas, los putos, los putos malos, los Mariquitas, los chupapijas, los culorrotos, los maricones, los trolos, los reventados, los degenerados, los invertidos, los travas, las machonas, las tortas, las tortilleras, las trolas… en fin, por todas las personas que han sido estigmatizadas durante tanto tiempo por su condición de género y sexual. Por los que durante tanto tiempo no tuvieron siquiera derecho a un nombre que los nombrara sin implicar vergüenza. 
Y estoy feliz también por todos los otros, los que quedamos del lado de la norma y la regularidad, del montón y de la mayoría. Porque el reconocimiento de los derechos de unos nos liberan a todos.




Carmiña: va por vos. Salud.