lunes, 22 de junio de 2009

La pregunta desconcertante

Viviana Taylor
Desde que recuerdo, siempre me desconcertó la pregunta sobre mi color preferido. Era peor que esa otra, la odiosa, sobre si quería más a mi papá o a mi mamá. Si me resultaba imposible elegir entre uno y otro, en el acotadísimo universo de dos, ¿cómo hubiese sido posible hacerlo en el infinito universo de colores, que se multiplicaban casi a diario para mi conocimiento?
Con la odiosa, salía del paso airosamente: “a los dos igual”. Hubiese sido complicado explicar que no podía medir mi amor, aunque sí podía describirlo. Y que a cada uno lo amaba de modo diferente, a cada uno según su manera, y a cada uno según mi manera. Que tampoco eran únicas.
Con la otra, la desconcertante, también salía del paso airosamente. “Rosa”, respondía mientras me interesaba sumarme a la fila de niñas aprobadas, y así me ganaba la consiguiente sonrisa. Respuesta que se transformó en “verde” durante ese período en que decidí vengarme, y pagar desconcierto con la misma moneda.

Pero lo cierto es que no tengo un color preferido, como nunca lo he tenido. Me encanta ese verde traslúcido de las hojas nuevas cuando las atraviesa el sol, y el cobrizo de los robles en otoño. Adoro el negro de mi vestido preferido, pero me siento increíble cuando uso ese otro, el amarillo limón, que hace ver más rojo el rojo subido de mi cabello, al que también adoro. Y me emociona el azul grisáceo de los ojos de mi hijo, y el chocolate del cabello de mi hija. Me alegran el naranja, y el turquesa de mi piloto, que me hacen ver menos pálida. Y mis manos blancas cuando hace frío. Me siento en casa donde me rodeo con los mismos tonos tierra con que he poblado la mía. Y con los tonos crudo de las carpetas que tejieron mis tías bisabuelas, a las que no conocí, pero viven en ellas.

No, no tengo un color preferido. Como no tengo un libro preferido. ¿Cómo elegir al primero que me dejó en vela toda la noche, antes que al primero que me hizo volar, o al primero que leí completo? ¿Cómo elegir entre el que me hizo mirar de modo diferente a la historia, por sobre el que me hizo revivirla? ¿Cómo preferir al que me enamoró y no al que me horrorizó? ¿Cómo gustar más del que repitió mis mismas obsesiones, del que me sorprendió con otras nuevas?

No, no tengo un color preferido. Ni un libro preferido. Como no tengo una película preferida ni una música preferida. Las ha habido que me han gustado, y con una vez han bastado. Y las ha habido áridas, que requirieron de más trabajo para que comenzaran a hacer nacer algo en mí, y sobre las que siempre vuelvo. Ha habido películas y música que me hicieron estallar el pecho de una forma en que pensé que era imposible que sucediera. Y las ha habido amables, dulces, tibias. Y bobas. ¡Gracias a Dios por todas esas películas y canciones bobas, de las que tanto he gozado!

No, no tengo un color preferido. Ni un libro. Ni una película o música. Ni siquiera un profesor o una materia preferidos. De todos he aprendido algo, aunque no siempre me gustó hacerlo. Y fueron tantos aquellos con los que disfruté el proceso… como son tantas las cosas interesantes sobre las que hay algo por leer, algo por saber, algo por discutir, un nuevo punto de vista por descubrir.

No, no tengo un color preferido. Ni un libro. Ni una película o música. Ni siquiera un profesor o una materia. Y todavía tiemblo cuando me lo preguntan, porque a mi edad, no poder responder, causa en los demás desconcierto. Y no hay nada tan incómodo como el desconcierto ajeno. A veces, creo que hasta podría prepararme unas respuestas para usar en caso de emergencia, algo así como un botiquín para ser usado en caso de preguntas incómodas. Pero no sería cierto.

Lo cierto es que preferir -por sobre todo lo demás- algo, reduciría mi mundo. Lo simplificaría. Lo volvería más controlable. Y menos interesante.
Mi mundo no es así. Mi mundo es caótico. Es incierto. Está lleno de paradojas y contradicciones. Mi mundo es desprolijo y despeinado.

“Eres lo que amas”, escuché hace poco, en una de esas películas amables que tanto disfruto. Y yo me pregunto, ¿cómo no amar tantos colores, tantos libros, tantas películas, tanta música, tantos profesores, tantas materias? ¿Cómo no amar, en toda su complejidad, este mundo loco, incontrolable, inabarcable, inconmensurable?

Ahí está mi respuesta. Yo amo este mundo, en el que hay lugar para cada cosa y su contraria. Así, tal como soy yo, cada cosa y su contraria.

viernes, 12 de junio de 2009

Un hombre ha muerto


Eran muchas las cosas en las que no coincidíamos. Sin embargo, durante muchos años, compartimos un proyecto que definió la carrera de ambos.

El tenía su estilo y yo el mío. Sin embargo, durante algún tiempo, él bromeaba con que haciendo de "policía malo y policía buena" armábamos un buen equipo.

El fruncía el ceño, y yo sonreía. El gritaba, y yo nunca alcé la voz. El perdía demasiado pronto la paciencia, y a mí me resultaba más fácil comprender. Sin embargo, tomando decisiones, muchas veces él ablandó mi mano cuando se puso dura.


Yo lo admiraba por su capacidad de gestión, su energía para generar proyectos, y su fuerza. El me respetaba, en mi persona y mi trabajo.

Extrañamente, solíamos coincidir en lo que había que hacer, aunque por distintas razones. No nos resultaba fácil ponernos de acuerdo, y tuvimos discusiones -y peleas- antológicas. Pero teníamos un código de respeto común, y confiábamos el uno en el otro... hasta que la confianza se quebró.


Como en todas las relaciones asimétricas y desparejas (sean amorosas, familiares, de amistad o profesionales, como era este el caso) los equilibrios se mantuvieron lábilmente ajustados mientras las circunstancias lo propiciaron. Y cuando las circunstancias ya no la favorecieron, la relación se resintió. Y el proyecto ya no fue común, ni el equipo volvió a ser el mismo.


En nuestra última charla le dije, simplemente, que me iba. Disimuló su sorpresa pero sus ojos se enrojecieron. Ofrecí permanecer en contacto para lo que fuera necesario, como si no pudiera hacerme a la idea de irme del todo, y él rechazó la oferta. "Podemos arreglarnos", dijo; y yo sabía que era cierto. Le estreché el hombro derecho y le dí un beso. La despedida fue en silencio.


Durante estos meses me rondó la idea de que íbamos a encontrarnos en algún lado, por esas cosas de la profesión que hacen que la gente se cruce, y más tranquilos íbamos a darnos la charla que nos debíamos.

Pero el martes supe que había muerto. Y estoy triste: por él, por su familia, por su proyecto -que también fue mi proyecto-, por el equipo del que alguna vez fui parte, y por el obligado silencio.