jueves, 14 de octubre de 2010

martes, 28 de septiembre de 2010

Nadie se atrevió aún a escribir una historia de esposas


Por Umberto Eco


Recientemente descubrí en Internet una enciclopedia de mujeres , muchas de las cuales han sido olvidadas injustamente por la mayoría de los historiadores.

Hay una excepción: en su libro de 1690, Historia de mujeres filósofas , el académico francés Gilles Menage escribió acerca de Diotima la Socrática, Arete la Cirenaica, Nicarete la Megariana, Hiparquia la Cínica, Teodora la Peripatética, Leontia la Epicúrea y Temistóclea la Pitagoraniana, acerca de quienes conocemos muy poco. Y lo correcto es que muchas de estas mujeres deban ser rescatadas del olvido .

No obstante, lo que realmente falta es una enciclopedia de esposas.

Frecuentemente se dice que detrás de cada gran hombre hay una gran mujer, desde el emperador bizantino Justiniano y su esposa Teodora (la ex actriz) hasta Barack y Michelle Obama. Es curioso que nunca se diga lo opuesto: no hablamos acerca del “hombre detrás” de la gran Isabel I de Inglaterra, por ejemplo.

Pocas veces, si es que alguna, las esposas reciben la atención que merecen.

En las historias de la antigüedad clásica y posteriormente, se dedica más espacio a las amantes que a las esposas.

Clara Schumann y Alma Mahler, que estuvieron casadas con los compositores Robert Schumann y Gustav Mahler, son excepciones, pero estas mujeres causaron gran revuelo por sus amoríos extra y posmaritales. Básicamente, la única mujer que siempre es mencionada simplemente por ser una esposa es Xantipa, casada con Sócrates -y aun en ese caso, sólo para decir cosas horribles sobre el carácter de ella.

Leí recientemente un texto de Pitigrilli, escritor italiano del siglo XX, quien atiborraba sus relatos con citas eruditas -aunque frecuentemente equivocaba los nombres- y con anécdotas que encontraba quién sabe dónde. En determinado punto, Pitigrilli invoca la severa advertencia de San Pablo -”Preferible es casarse que arder con gran deseo”- un buen consejo, por ejemplo, que podrían seguir los curas católicos romanos.

Pitigrilli observa también que la mayoría de los grandes (incluyendo a Platón, Lucrecio, Virgilio y Horacio) eran solteros.

Pero eso no es completamente cierto. Puede ser verdad con Platón, quien, según Diógenes Laertius, escribía epigramas para hombres jóvenes muy apuestos.

Por su parte, Platón aceptó como alumnas a dos mujeres, Lastenia y Axiotea, y se asegura que comentaba que un hombre virtuoso debería casarse.

Quizá era cauteloso por el infeliz matrimonio de Sócrates con Xantipa.

El poeta Horacio no tuvo esposas ni hijos, pero a juzgar por sus escritos, sospecho que se permitió algunas aventuras románticas. En cuanto a su par Virgilio, parece haber sido demasiado tímido para declararse a una mujer, aunque se rumorea que tuvo una relación con la esposa de Varius Rufus. Ovidio, en contraste, se casó tres veces.

Siglos después, Dante soñó acerca de Beatriz pero se casó con Gemma Donati -aunque nunca mencionó a esta última en sus escritos . Todos piensan que Descartes era soltero, ya que murió muy joven después de una vida sumamente pintoresca. Pero sí tuvo una compañera durante algunos años -una doncella llamada Helena Jans van der Strom, a la que conoció en Holanda.

Oficialmente sólo reconocía a Helena como sirvienta.

Pero contrario a ciertos rumores difamatorios, él reconoció a la hija que ella le dio, Francine, quien murió a los cinco años de edad. Según algunas fuentes, Descartes también tuvo otros amoríos.

En pocas palabras, aparte de los religiosos, que supuestamente eran célibes, y hombres más o menos abiertamente homosexuales como Cyrano de Bergerac y Ludwig Josef Johann Wittgenstein, Immanuel Kant es sólo uno de los grandes pensadores de la historia de quien estamos verdaderamente seguros de que era soltero - los registros históricos son muy claros al respecto.

Sorprendentemente, incluso Georg Wilhelm Friedrich Hegel estaba casado; de hecho, parece haber sido mujeriego, con un hijo ilegitimo. Karl Marx, por su parte, estaba profundamente apegado a su esposa, Jenny von Westphalen.

Más allá de tanto dato, ¿qué influencia tuvieron Gemma sobre Dante o Helena sobre Descartes, para no mencionar el enorme número de esposas sobre las cuales la historia dice aún menos ? ¿Y si todas las obras de Aristóteles en realidad fueron escritas por su esposa Herpyllis? Nunca lo sabremos. La historia, escrita por esposos, ha condenado a las esposas al anonimato.


Copyright U. Eco/L’Espresso, 2010.

jueves, 24 de junio de 2010

NO ME ARREPIENTO DE NADA


de Gioconda Belli





Desde la mujer que soy,

a veces me da por contemplar

aquellas que pude haber sido;

las mujeres primorosas,

hacendosas, buenas esposas,

dechado de virtudes,

que deseara mi madre.

No sé por qué

la vida entera he pasado

rebelándome contra ellas.

Odio sus amenazas en mi cuerpo.

La culpa que sus vidas impecables,

por extraño maleficio,

me inspiran.

Reniego de sus buenos oficios;

de los llantos a escondidas del esposo,

del pudor de su desnudez

bajo la planchada y almidonada ropa interior.

Estas mujeres, sin embargo,

me miran desde el interior de los espejos,

levantan su dedo acusador

y, a veces, cedo a sus miradas de reproche

y quiero ganarme la aceptación universal,

ser la "niña buena", la "mujer decente"

la Gioconda irreprochable.

Sacarme diez en conducta

con el partido, el estado, las amistades,

mi familia, mis hijos y todos los demás seres

que abundantes pueblan este mundo nuestro.

En esta contradicción inevitable

entre lo que debió haber sido y lo que es,

he librado numerosas batallas mortales,

batallas a mordiscos de ellas contra mí

-ellas habitando en mí queriendo ser yo misma-

transgrediendo maternos mandamientos,

desgarro adolorida y a trompicones

a las mujeres internas

que, desde la infancia, me retuercen los ojos

porque no quepo en el molde perfecto de sus sueños,

porque me atrevo a ser esta loca, falible, tierna y vulnerable,

que se enamora como alma en pena

de causas justas, hombres hermosos,

y palabras juguetonas.

Porque, de adulta, me atreví a vivir la niñez vedada,

e hice el amor sobre escritorios

-en horas de oficina-

y rompí lazos inviolables

y me atreví a gozar

el cuerpo sano y sinuoso

con que los genes de todos mis ancestros

me dotaron.

No culpo a nadie. Más bien les agradezco los dones.

No me arrepiento de nada, como dijo la Edith Piaf.

Pero en los pozos oscuros en que me hundo,

cuando, en las mañanas, no más abrir los ojos,

siento las lágrimas pujando;

veo a esas otras mujeres esperando en el vestíbulo,

blandiendo condenas contra mi felicidad.

Impertérritas niñas buenas me circundan

y danzan sus canciones infantiles contra mí

contra esta mujer

hecha y derecha,

plena.

Esta mujer de pechos en pecho

y caderas anchas

que, por mi madre y contra ella,

me gusta ser...

martes, 27 de abril de 2010

Cuando las cabezas de las mujeres se juntan alrededor “del fuego”


Simone Seija Paseyro
Uruguaya – 45 años





Alguien me dijo que no es casual…que desde siempre las elegimos. Que las encontramos en el camino de la vida, nos reconocemos y sabemos que en algún lugar de la historia de los mundos fuimos del mismo clan. Pasan las décadas y al volver a recorrer los ríos esos cauces, tengo muy presentes las cualidades que las trajeron a mi tierra personal.


Valientes, reidoras y con labia. Capaces de pasar horas enteras escuchando, muriéndose de risa, consolando. Arquitectas de sueños, hacedoras de planes, ingenieras de la cocina, cantautoras de canciones de cuna.

Cuando las cabezas de las mujeres se juntan alrededor de “un fuego”, nacen fuerzas, crecen magias, arden brasas, que gozan, festejan, curan, recomponen, inventan, crean, unen, desunen, entierran, dan vida, rezongan, se conduelen.

Ese fuego puede ser la mesa de un bar, las idas para afuera en vacaciones, el patio de un colegio, el galpón donde jugábamos en la infancia, el living de una casa, el corredor de una facultad, un mate en el parque, la señal de alarma de que alguna nos necesita o ese tesoro incalculable que son las quedadas a dormir en la casa de las otras.

Las de adolescentes después de un baile, o para preparar un exámen, o para cerrar una noche de cine. Las de “veníte el sábado” porque no hay nada mejor que hacer en el mundo que escuchar música, y hablar, hablar y hablar hasta cansarse. Las de adultas, a veces para asilar en nuestras almas a una con desesperanza en los ojos, y entonces nos desdoblamos en abrazos, en mimos, en palabras, para recordarle que siempre hay un mañana. A veces para compartir, departir, construir, sin excusas, solo por las meras ganas.


El futuro en un tiempo no existía. Cualquiera mayor de 25 era de una vejez no imaginada…y sin embargo…detrás de cada una de nosotras, nuestros ojos.
Cambiamos. Crecimos. Nos dolimos. Parimos hijos. Enterramos muertos. Amamos. Fuimos y somos amadas. Dejamos y nos dejaron. Nos enojamos para toda la vida, para descubrir que toda la vida es mucho y no valía la pena. Cuidamos y en el mejor de los casos nos dejamos cuidar.

Nos casamos, nos juntamos, nos divorciamos. O no.

Creímos morirnos muchas veces, y encontramos en algún lugar la fuerza de seguir. Bailamos con un hombre, pero la danza más lograda la hicimos para nuestros hijos al enseñarles a caminar.

Pasamos noches en blanco, noches en negro, noches en rojo, noches de luz y de sombras. Noches de miles de estrellas y noches desangeladas. Hicimos el amor, y cuando correspondió, también la guerra. Nos entregamos. Nos protegimos. Fuimos heridas e inevitablemente, herimos.

Entonces…los cuerpos dieron cuenta de esas lides, pero todas mantuvimos intacta la mirada. La que nos define, la que nos hace saber que ahí estamos, que seguimos estando y nunca dejamos de estar.

Porque juntas construimos nuestros propios cimientos, en tiempos donde nuestro edificio recién se empezaba a erigir.


Somos más sabias, más hermosas, más completas, más plenas, más dulces, más risueñas y por suerte, de alguna manera, más salvajes.

Y en aquel tiempo también lo éramos, sólo que no lo sabíamos. Hoy somos todas espejos de las unas, y al vernos reflejadas en esta danza cotidiana, me emociono.

Porque cuando las cabezas de las mujeres se juntan alrededor “del fuego” que deciden avivar con su presencia, hay fiesta, hay aquelarre, misterio, tormenta, centellas y armonía. Como siempre. Como nunca. Como toda la vida.

jueves, 18 de marzo de 2010

Lo que Lourdes sabe


Viviana Taylor



Lourdes tiene magníficos 11 años. Sus ojos negros se vuelven inmensos cuando se asombra, o cuando no entiende. Y los 11 años se viven con ojos inmensos.
Lourdes está aprendiendo a ser grande, y lo hace de a poco. Desde su niñez amorosamente cuidada, aventurarse sola en un viaje en colectivo desde la escuela a casa vuelve extraordinario cualquier mediodía. Y desde hace un par de semanas sus mediodías son extraordinarios.
Cuando abro la puerta de casa respondiendo a su toque de timbre, me encuentro con esos ojos inmensos. Inmensos de un asombro alegre. Inmensos de asombro por su propia aventura, que no por repetida se le ha vuelto rutina. Y las palabras se le alborotan en la boca cuando quiere contar lo nuevo que vio, la última estrategia para no ser apretujada por adolescentes que la doblan en altura pero a los que dobla en atención, o su enojo con el colectivero que decidió que no estaba mal seguir de largo y prolongar su viaje una parada.
Pero este martes, la inmensidad de sus ojos era otra. Era una inmensidad que volvía más oscura la profundidad de sus ojos oscuros. Una inmensidad que se había tragado los brillitos de su mirada. Una inmensidad nueva.
Detrás de ella, del colectivo descendieron dos niños. Para los ojos inmensos de Lourdes, eran un poco más grandes que ella, pero no tanto como su hermano. Mientras esperaba que el colectivo arrancara y le diera buena visibilidad de la calle antes de cruzarla –como vos me enseñaste, mami-, sintió un tirón fuerte que le arrancó su mochila de los hombros cuando la estaba volviendo a su espalda –porque la llevaba adelante, como vos me enseñaste -. Esos dos niños, apenas mayores que ella, le pidieron su dinero –les dí mis $2 rápido, como me enseñaste-. Y como juzgaron que no tenía nada más que valiera la pena, le dejaron su mochila, sus carpetas, su cartuchera. Y sus ojos inmensos.
Este martes, cuando corrí a la puerta a recibirla, descubrí en sus ojos algo nuevo. Recién después advertí que llevaba la mochila abrazada. Y escuché su relato, que fue surgiendo de a poco, a lo largo de la tarde. Y la consolé del dolor por el tirón y por algún golpe de despedida que dejó más marcas en su alma que en su cuerpo. Y charlamos mucho.
Los ojos de Loudes tuvieron toda una tarde inmensos. La inmensidad oscura fue cediendo, y volvieron primero al asombro y luego a la falta de entendimiento. Y, de pronto, otra inmensidad recién inaugurada que le trajeron sus 11 años de aprender a hacerse grande de a poco. Ojos inmensos de revelación personal, cuando advirtió que no los había visto nunca antes, ni en el colectivo ni en el barrio –seguro que los papás les dijeron que salgan a robar lejos de su casa-.
A pesar de sus 11 años; a pesar de su niñez amorosamente cuidada; a pesar de ir haciéndose grande de a poco; a pesar de todo un mundo que todavía la asombra y todo lo que todavía no entiende, Lourdes tiene algunas certezas. Y que los chicos hacen lo que los adultos les enseñan es una de ellas.

viernes, 5 de marzo de 2010

domingo, 28 de febrero de 2010

Apostasía

Por Viviana Taylor



¿Dónde estabas


cuando pretendía estar dormida


mientras mi niña era penetrada?


¿Dónde estabas


-cuando sobre la mesa de la cocina


de la única persona que me ayudó


a no parir el hijo de mi padre-


me desangraba?





¿Dónde estabas


cuando creí que sus cuerpos me pertenecían


como me pertenecían sus almas?


¿Dónde estabas


cuando me los cobré con cinco balazos


o con una botella de alcohol y brasas?





¿Dónde estabas


cuando arrastraba mis pies descalzos


entre zapatos viejos


camino a la cámara?


¿Y dónde estabas


cuando firmé su sentencia de muerte


porque la ley me amparaba?





¿Dónde estabas


cuando el alud de piedra y barro,


el terremoto y el tsunami,


la inundación y la nevada?


¿Dónde estabas


cuando desapareció mi pueblo,


masacraron mi familia,


nos redujeron a nada?





¿Dónde estabas


cuando, en tu nombre,


me estrellé,


estallé,


condené,


negué,


expulsé,


denigré,


censuré,


maté,


torturé,


excomulgué?





¿Dónde estabas


cuando debías


detener mi mano o la suya?


¿Dónde estabas?





¿Y dónde estás ahora


cuando hallo más consuelo


en pensarte inexistente


que en la fe en un dios indiferente?

jueves, 28 de enero de 2010

Cosas que me pregunto...


o

ambigüedades ontológicas acerca de los niños por nacer



Esta semana ocurrió un hecho por demás desgraciado. El boxeador Rodrigo "la hiena" Barrios, en una aparente loca carrera, chocó a un automóvil que estaba parado frente a un semáforo en rojo, e inició una carambola que culminó con la muerte de una joven embarazada.

Es extraño... pero ser una joven embarazada le imprimió un dramatismo especial a la noticia. Como si la vida de la joven se viera especialmente enriquecida por el embarazo. Pero parece que en realidad no, ya que ante la pregunta de diferentes periodistas en distintos medios, varios abogados coincidieron en que la pena no se vería agravada por tal hecho, ya que "un niño por nacer no puede ser muerto". Por lo tanto, se trató -legalmente- de un único homicidio culposo.


Extraño... me siento confundida desde la primera vez que oí la opinión. Y confieso que primero pensé que se trataría de la posición personal de un abogado, y no de una cuestión de doctrina: ¿cómo es posible que, el mismo "niño por nacer", no pueda ser "matado" en un caso como este pero, si la mujer hubiese decidido interrumpir su embarazo, el aborto sí sería punible para ella y para quienes hubieran participado?. Pero parece que es así, nomás... al menos eso dijeron todos los abogados a los que escuché opinar sobre el tema.


Y yo me pregunto: ¿será que hay diferentes definiciones legales sobre "niño por nacer"?

¿Será que un niño por nacer no tiene vida de hecho -sino apenas como posibilidad- y por lo tanto no puede ser "matado", ya que no se le puede quitar a alguien lo que no tiene?

¿Será que no se puede alegar por su derecho a la vida, porque el derecho comienza cuando la vida se hace efectiva, esto es, a partir del nacimiento? ¿Será que ese es el momento en que, como persona con vida independiente, se hace acreedor de sus derechos?


Entonces, si esto es así, ¿será que el aborto, en todo caso, se trata de otro tipo de delito, que no tiene que ver con quitar una vida donde todavía no la hay con autonomía?

¿Qué es, entonces, lo que se pena cuando se pena un aborto? ¿Se pena a una mujer, cuya sexualidad se ha hecho evidente con el embarazo, y sólo asumiéndose como madre puede legitimarla?

¿Será por eso que estamos más inclinados a aceptar la interrupción de un embarazo cuando es fruto de una violación, sobre todo si se trata de una menor o una discapacitada mental? ¿Porque se trata del embarazo de una mujer que no ha sido sujeto de su génito-sexualidad, sino objeto de la genitalidad de otro, y se acepta que se pueda borrar esa marca?

¿Borrarla como qué? ¿Como que acá nada ocurrió? ¿Silenciar lo que ha acontecido en su cuerpo? ¿O silenciar lo que el hombre es capaz de hacer en el cuerpo de la mujer, porque es tan difícil de asumir la violencia genital y sexual masculina sobre el cuerpo femenino, como la genitalidad femenina?

¿Por eso, si una mujer casada denuncia que su embarazo es fruto de una violación perpretada por su marido, se volverá a su casa doblemente humillada?


Si esta joven no hubiese estado embarazada, ¿igual seguiríamos hablando de ella? ¿O sólo nos condoleríamos de la mala suerte del campeón caído?

Y si esta joven hubiese sobrevivido, y no así su embarazo. ¿Qué diríamos? ¿Que perdió a su niño? ¿Dónde lo perdió? ¿Cómo es que "se pierde a un niño"? Suena a descuido. O, en el mejor de los casos, a fatalidad.

¿Y cuál habría sido la carátula de la causa? ¿Lesiones? Y si la vida de la mujer no hubiese estado nunca en peligro, apenas si hubiese perdido su embarazo, ¿podría alegarse que se trató de lesiones graves?


En fin... parece que un niño por nacer no es un niño. Salvo que la mujer que lo lleva en su vientre decida, ella misma, dejar de portarlo. Y entonces sí, toda la fuerza de la ley sobre ella. Y sobre sus cómplices.

miércoles, 20 de enero de 2010