martes, 18 de septiembre de 2012

Por qué cuento lo que cuento


Voy a contarles algo que pocos saben, excepto que lo hayan vivido conmigo, porque jamás lo he contado. Ojalá muchos lo lean, sobre todo quienes se preguntan por qué vengo contando las cosas que cuento estos últimos tiempos. Algo de lo que si bien solía charlar, no formaba parte de mis posteos.

Estoy entrando en los que supongo serán los últimos 3 años de mi carrera. Y decidí ir armándome un proyecto nuevo, porque no quiero pasar lo que me queda de vida mirando televisión y aburriéndome intrascendentemente. No me jubilo porque ya no quiera o no pueda seguir dando clases: me jubilo cuando todavía siento pasión haciéndolo. Y me gusta ver los ojos de los alumnos cuando me miran, y no quiero encontrar una mirada diferente. No creo que los futuros alumnos ni yo nos merezcamos menos. Así que decidí reflotar una vieja y primera vocación para ir dedicándome a ella en el futuro: el periodismo social. Y como no necesito más de lo que tengo –soy austera, y mi austeridad es la clave de mi libertad- decidí hacerlo tal como lo hago ahora: vocacional y no profesionalmente.

Otra cosa que nunca he contado, así que pocos saben, es que alguna vez coqueteé con el oficio. En un lugar privilegiado de mi biblioteca hay algo que me enorgullece enormemente pero que pasa desapercibido para los demás: la medalla con que me honró el Círculo de Periodistas de General Sarmiento por mis aportes al desarrollo del periodismo estudiantil. La fecha no es lo de menos: 7 de junio de 1982 (descansa al lado de otra, que me entregó dos años antes el Círculo Sanmartiniano por un trabajo sobre historia política argentina con el que representé a la escuela y al distrito en la Biblioteca Nacional). Ese mismo año la escuela enmarcó la nota que había escrito sobre Malvinas al finalizar la guerra y me la regaló con una notita que todavía está pegada detrás: a la redactora más prolífica. No fue fácil escribirla, sobre ese tema ni en ese tiempo. Pero a los 16 años uno tiene esa mezcla de inconciencia y omnipotencia que sólo vuelve a la vuelta de la vida… Fue la primera vez que se me acercó gente desconocida a abrazarme emocionada por algo que había escrito. Mis padres, en cambio, temblaban de miedo: a esa altura ya estaba colaborando en la fundación de un periódico local, y ya nos habían seguido los inolvidables falcon verdes, ya nos habían parado a pedirnos documentos, ya nos habían palpado de armas, ya nos habían dicho “déjense de joder, pendejos”… y todo el ritual de la época. Esa nota y ese premio también me valieron un trabajo en la primera agencia periodística que conocí, y donde aprendí la cocina del oficio. Todavía funciona, en el mismo lugar donde se hacía el recordado diario Crítica (para los más jóvenes, no el de Lanata, sino el de Natalio Botana). Ahí fue donde vi discutir a un grupo de viejos periodistas y un editor sobre la publicación o no de un recuadro donde habían inventado que una actriz era lesbiana “por zurdita” (era tan peligroso ser una cosa como otra, pero mintiendo lo primero buscaban estigmatizarla entre colegas). Los periodistas y los pasantes iban y venían entre agencias: en los almuerzos te enterabas de lo que sucedía en todos lados, en todas ellas, en todas las redacciones de todos los diarios. Ahí fue donde oí hablar por primera vez de Papel Prensa. En esas oficinas fue donde, desencantada, decidí ser maestra. Pero nunca dejé de escribir: por ahí hay dando vueltas algunas otras cositas, entre las que destaco un primer premio categoría cuento de SUTEBA, que siento especial porque éramos todos maestros. Y porque me regalaron unos libros que valoro mucho y una estadía para dos personas en el recién inaugurado Hotel de Mar del Plata que disfrutaron mis viejos. Y escribí muchos artículos académicos, publicados por aquí y por allá, en papel y electrónicamente, que me abrieron otras puertas, a otras experiencias.

 Y acá estoy, planificando mi vida de pronta jubilada. Es inevitable que vuelva a revolver mis viejos papeles y aparezca aquella vocación primera. Tengo otra edad, otra experiencia, caminé por muchos caminos diferentes; he fundado escuelas, he militado y he hecho trabajo comunitario… En fin, me pasó la vida por arriba, por al lado y por encima. No me asusta el desencanto porque he visto lo mejor y lo peor en cada lugar por el que he andado.  Estoy lista para lo que otra vez tengo ganas de hacer. Y como soy austera, como dije antes, no necesito más de lo que tengo: eso me hace libre de hacer lo que quiero, como quiero. Y quiero hacerlo honestamente porque lo único que me importa en serio es mantenerme íntegra y digna: la integridad  y la dignidad es lo único que no se pierde ni se roba. Se entrega. Y yo no me entrego: lo aprendí de mi viejo y de mis abuelos, que militaron por sus ideales en cada intersticio en el que pudieron hacerlo. Lo único que quiero lograr en la vida es que mis hijos me miren como yo los miro –todavía, aunque ya no estén dando vueltas por ahí- a ellos.

Y en esta planificación de mi futuro volví a asomar mis narices a la cocina de las noticias, y a compartir mi tiempo con políticos y periodistas, con funcionarios y militantes políticos y sociales, con sindicalistas, con otros bloggeros, intercambiando información, materiales de trabajo y escritos. A muchos periodistas los veo publicar en sus blogs personales lo que no les permiten los medios en los que trabajan. He visto a algunos perder su trabajo por hacerlo. O que algún medio poderoso presione a otro pequeño para que cambie su línea editorial. Y a otros periodistas –los estrella- hacerse los desentendidos ante el reclamo de solidaridad por un compañero despedido, o los muchos desconocidos pero que les hacen el trabajo,  cuyos sueldos no están siendo pagados. Los veo intercambiar mensajes insultantes, cínicos, burlones mientras se televisan los informes que han producido. Los veo anunciar una tapa antes de que salga a la venta, chicaneando para provocar la crítica y poder así denunciar censura previa; y luego seguir insultando durante toda la semana para provocar las reacciones que necesitan para victimizarse y promover el aumento de ventas que necesitan. Y publicar igual una tapa blanca que ya estaba preparada como respuesta al retiro de la publicación de los kioscos, retiro al que apostaron pero perdieron. Leo a muchos periodistas del Grupo Clarín ufanándose de que hay que ver si se logra aplicar la Ley de Medios, porque apuestan a que el gobierno no llegue a diciembre, o llegue tan debilitado que no pueda hacerlo. Y trabajan afanosamente para eso. Sólo les anticipo algo: ¿vieron que con Martín Sabbatella hasta ahora nadie parecía tener problemas? Prepárense para oir las peores cosas a partir del nombramiento como autoridad de ejecución de la Ley de Medios: ya empezaron en la cocina y esta mañana ya escuché bien temprano a Nelson Castro tratándolo de ignorante sobre el tema.

Y los leo a Patricia Bullrich y Eduardo Amadeo diciendo barbaridades, burlones, pero jamás proponiendo una idea. A De Narváez tratando de hacer propio cualquier logro. A López Murphy y Carrió opinando siempre a destiempo, esperando antes a ver qué dicen los demás. Al propio Macri haciendo los comentarios y publicando las fotos con los que después nos mofamos de él, y seguramente otros pensarán quién sabe de dónde se obtuvieron. A Rodríguez Larreta, Esteban Bullrich y Laura Alonso sembrando miedo con sus amenazas sobre lo que harán cuando lleguen al gobierno nacional, como si ya no viésemos lo que le están haciendo a la ciudad. A la gente del FAP resistiendo mal disimuladamente las nuevas y estratégicas incorporaciones de políticos devenidos amplios y progresistas.

Aunque les parezca mentira, también leo insultos y chicaneos de afines al gobierno, pero ninguno de sus funcionarios, legisladores o militantes: insultan sólo simples simpatizantes, de los que, por otro lado, hay de todos los partidos con igual voracidad por la destrucción del otro. Y les aseguro que no los hay tan voraces ni violentamente provocadores como los del PRO. Sí hay una suerte de “soberbia k”, a la que describiría como la seguridad absoluta en que no importa lo que digan de ellos, la gente igual va a ver lo que se hace y los va a seguir eligiendo. Veo en ellos una “prepotencia de trabajo” que muchas veces los hace cometer errores serios, groseros. Pero nada comparado con lo que veo en otros sectores. Y ni que hablar con la impunidad que veo en algún periodista que,mientras se anunciaba su procesamiento, publicaba socarronamente fotos dignas de un mafioso o un narco.

 

Y yo estoy ahí, en un lugar desde el que puedo ver todo esto. Tengo dos opciones: o me callo y sigo la corriente, comentando lo mismo que comentamos todos después de leer el diario y escuchar la radio. O cuento.

Soy austera: mi libertad y mi dignidad son mi único precio. Y tengo la oportunidad de jugar, por un rato, al oficio de mi primera vocación. Quizás algo que dentro de unos pocos años esté haciendo en serio. Esto es lo que estoy haciendo: sólo cuento lo que veo.

 

Viviana Taylor

18 de septiembre, 2012