jueves, 2 de junio de 2016

JORNADA NACIONAL DE LUCHA CONTRA LA VIOLENCIA HACIA LAS MUJERES

 
 
CTERA ELABORÓ UN CUADERNILLO
SOBRE LA TEMÁTICA
PARA TRABAJAR EN TODAS LAS ESCUELAS DEL PAÍS
 
La CTERA adhiere y convoca a las distintas marchas que se efectuarán el 3 de junio en todas las plazas del país para sensibilizar y visibilizar sobre la Violencia hacia las mujeres. Las niñas, adolescentes, mujeres jóvenes y adultas, son violentadas cotidianamente tanto psicológica, simbólica, como físicamente, llegando –en muchos casos- al femicidio como máxima expresión de la violencia.
La Secretaria General de CTERA, Sonia Alesso, expresó: "Como parte de un colectivo amplio, plural y diverso que conforman organizaciones sindicales, sociales, compañeras que trabajan las políticas de género. Marcharemos en todas las plazas del país el 3 de junio para decir NI UNA MENOS. Para que se de cumplimiento a la Ley 24685 de protección integral  para prevenir, sancionar y erradicar la violencia a las mujeres.”
Reclamar al Estado Nacional y los provinciales se destinen fondos para proteger y erradicar la violencia contra las mujeres.
Alarman los casos de violencia de género que se han incrementado en estos años.                                                                                             
Nosotros, desde CTERA, como trabajadores de la educación vamos a trabajar con un cuadernillo en todas las escuelas del país para trabajar con maestros y profesores estas temáticas.
Hay también un gran debate cultural que tiene que ver con poder implantar políticas de prevención para que  estos hechos no sucedan nunca más.
Es necesario participar activamente en las escuelas, es necesario hacer un trabajo docente, pedagógico, que se manifiesta en las calles sino también en las escuelas, porque hay una batalla política, legal, pero también tiene que ver con una batalla cultural.   
Desde CTERA, que siempre hemos trabajado las temáticas de género, vamos a estar activamente en las escuelas y en las plazas del país para decir NI UNA MENOS."
El cuadernillo elaborado por CTERA puede bajarse de la página de nuestra entidad www.ctera.org.ar
 
   Alejo Demichelis                                        Sonia Alesso
Secretario de Prensa                                 Secretaria General
 

domingo, 8 de mayo de 2016

La identidad como historia - Cuento


La observadora

Por Lourdes Alvez Taylor

Su nombre era Isabel. Era hija de unos padres cuyos nombres ya nadie recuerda, y hermana gemela de una chica olvidada. Isabel era una observadora, en el sentido más literal de la palabra. Nadie que no fuera cercano conocía los nombres de alguno de sus familiares. Pero todos la conocían a ella, la observadora le decían. Algunos dicen que de pequeña era muy temerosa para enfrentarse a la vida, pero realmente era la curiosidad lo que la había llevado a convertirse en eso.

Su vida como observadora comenzó cuando era muy pequeña. Una mañana de un día de julio se levantó y vio a su padre llorando en la mesa de la cocina. Ella no sabía por qué. Su madre lo único que hizo fue llevarlas a ella y a su hermana a la casa de sus abuelos. Ella tenía la necesidad de saber qué había ocurrido para que su padre llorara. Era una imagen que la había impactado. Al día siguiente comenzó a observar a todos de una manera distinta, como si en lugar de estar dentro suyo estuviera en un plano distinto desde donde veía todo como espectadora. Y así lo descubrió. Su padre lloraba así por una muerte. Pero no lograba comprenderlo. Ni siquiera comprendía el simple concepto de la muerte. En ese momento, aunque era demasiado pequeña para comprender los sentimientos de las personas, fue cuando se convirtió en una observadora.

Para ella la vida era como una escalera, una escalera empinada y difícil de escalar. Muchos la subían una y otra vez intentando aprender cómo llegar hasta el final, mientras que algunos se rompían completamente ante la primera caída. Otros se unían en grupos y, con confianza, subían juntos sabiendo que si caían alguien les estaría cuidando la espalda, mientras que demasiados se unían a grupos sabiendo que así llegarían más fácil al final y que cuando estuvieran allí dejarían que todos los demás cayeran. Pero la observadora prefería tomar otro camino: ella observaba todas las situaciones que se le presentaban, veía los comportamientos de las personas y las consecuencias que estos tenían, y así, año tras año, ella iba subiendo lentamente y con precaución. Ser una observadora le había enseñado muchas cosas, como que por un lado hay personas que harían todo por el bien y la justicia, y que por otro lado hay personas que -si pudieran ser los reyes de las cenizas- se sentarían a observar cómo todo arde.

Le gustaba su vida como observadora. Estaba tranquila y se evitaba todos los problemas absurdos que sufría su hermana por involucrarse con personas de su edad. O al menos a ella le parecían absurdos. Las experiencias con su hermana le habían enseñado que el poder es algo tan irreal que se le termina dando demasiada importancia. Ella creía que el poder realmente no existía, sino que era algo abstracto que cada persona depositaba donde creía que era correcto. Para algunos el poder era la religión, la inteligencia, o el dinero. Para su hermana, el poder eran todos los demás. Para ella el poder era el poder, algo abstracto que no reside en ningún lugar más que en sí misma.

Cuando llegó a la edad adecuada entró en la universidad. Su madre se oponía. Decía que la universidad estaba llena de peligros y de gente que solo traía problemas, mientras que su padre simplemente dijo que la prefería en el ambiente universitario que casándose con el primero que se le cruzara, como su hermana. Y ella, habiéndolos observado por años, sabía que su padre era en quien debía confiar. O tal vez, en quien quería confiar.

En la universidad, la observadora se sentía en el lugar perfecto. No solo adquiría conocimientos por medio de los libros, sino que tuvo la experiencia de conocer tipos de personas que nunca había observado. O más bien, que nunca se había dado cuenta de que los observaba. Personas energéticas, con cosas para decir, jóvenes o no de cuerpo, pero todos jóvenes de alma: esa fue la primera impresión que tuvo sobre las personas que luego se convirtieron en sus primeros amigos, o como ella los llamaba, sus compañeros. Algunos de ellos eran observadores, otros no, pero eran las primeras personas con las que podía compartir todo lo que había aprendido observando. Aunque no sabía cómo sentirse al respecto. Decía cosas de las que su padre estaría orgulloso de escuchar pero que a su madre le darían un ataque, por lo que quiso mantenerse al margen de la situación, aunque como observadora había algo que no sabía manejar, y ese algo eran las emociones reales. Una vez que se sintió realmente viva -aunque siguiera observando- ya no pudo mantenerse al margen de la situación.

Solo cuando estaba con ese grupo de compañeros, la observadora volvía a ser Isabel: una persona real que se involucra como cualquier otra, al punto de estar en pareja con uno de ellos. Se llamaba Juan. Algunos dicen que era tan observador como ella, y que el único que conocía los planes de esa joven pareja, además de ellos, era Dios. Pero ellos sabían que no era así.

La observadora vivía tranquila. Ella pensaba que al estar apartada de casi todos y conocer tan bien a la gente estaba segura. Pensaba que nada la perturbaría. Estaba segura. Pero esa seguridad no duró mucho.

Toda la familia estaba reunida en la casa de sus padres para celebrar el cumpleaños de ella y su hermana. Ese era uno de los pocos momentos que ansiaba, ya que su hermana tenía una relación muy seca con su padre, y ese era el único día del año en el que se demostraban un poco de afecto. Todos sus tíos y primos habían llegado ya. Incluso Juan. Pero su padre no apareció. Cuando pasó un tiempo prudente la celebración inició sin él. Todos comieron y, en cuanto terminaron, se fueron sin decir nada sobre lo ocurrido, incluso su hermana lo hizo. Juan quería quedarse. Creía que eso sería lo más seguro, pero la madre de la observadora lo echó como si fuera un intruso. Ella se quedó despierta hasta altas horas de la noche esperando. Pero su padre nunca volvió.

Esa misma noche, observó cómo su madre enterró en el jardín trasero todos los libros de su padre, todas las cartas que él guardaba, muchas fotos. La vio enterrar todo lo que él era. Para muchos esa hubiera sido una imagen dura e inexplicable, pero ella lo comprendió, comprendió por qué lo hacía. Ese fue el primer momento de toda su vida en que comprendió por qué su madre era así. El primer momento en que pensó que era buena idea confiar en ella. El primer momento en que descubrió que había personas a quienes no podía descifrar tan solo observándolas cada día, sino que había cosas que se guardaban para sí mismos.

Una tarde de un día precioso, años después de lo ocurrido con su padre, cuando ella volvió a su hogar luego de ir a darle a su madre la noticia de que estaba embarazada, se encontró con su esposo caminando de un lado para el otro, con lágrimas en los ojos. Y en ese momento, a diferencia de cuando era pequeña, supo lo que había ocurrido sin que él le dijera nada. Tal vez fuera porque lo conocía tanto como se conocía a sí misma, o porque como observadora se había dado cuenta de que en los últimos meses había estado pasando algo distinto a pesar de que todos pensaban que sería igual que las otras veces. Ella ya había aprendido a vivir con eso. A muchos les pasaba lo que había ocurrido con su padre, y ella sabía que en algún momento le tocaría. Pasaron unos pocos días y ya nadie volvió a saber nada de Isabel ni de su esposo.

Ella creía que una persona moría cuando ya nadie recordaba su nombre ni nada sobre ella. La observadora logró trascender, aunque no de la manera en que todos desean hacerlo. La observadora finalmente había subido la escalera. Pero dando un paso más allá que todos los demás, un paso del que no sabía si se arrepentía, pero del que estaba orgullosa.
Lourdes Alvez Taylor
 
Mención especial categoría Cuento
Olimpíadas Literarias 2015 – San Miguel