Voy a contarles
algo que pocos saben, excepto que lo hayan vivido conmigo, porque jamás lo he
contado. Ojalá muchos lo lean, sobre todo quienes se preguntan por qué vengo
contando las cosas que cuento estos últimos tiempos. Algo de lo que si bien
solía charlar, no formaba parte de mis posteos.
Estoy entrando
en los que supongo serán los últimos 3 años de mi carrera. Y decidí ir
armándome un proyecto nuevo, porque no quiero pasar lo que me queda de vida
mirando televisión y aburriéndome intrascendentemente. No me jubilo porque ya
no quiera o no pueda seguir dando clases: me jubilo cuando todavía siento
pasión haciéndolo. Y me gusta ver los ojos de los alumnos cuando me miran, y no
quiero encontrar una mirada diferente. No creo que los futuros alumnos ni yo nos
merezcamos menos. Así que decidí reflotar una vieja y primera vocación para ir
dedicándome a ella en el futuro: el periodismo social. Y como no necesito más
de lo que tengo –soy austera, y mi austeridad es la clave de mi libertad-
decidí hacerlo tal como lo hago ahora: vocacional y no profesionalmente.
Otra cosa que
nunca he contado, así que pocos saben, es que alguna vez coqueteé con el
oficio. En un lugar privilegiado de mi biblioteca hay algo que me enorgullece
enormemente pero que pasa desapercibido para los demás: la medalla con que me
honró el Círculo de Periodistas de General Sarmiento por mis aportes al desarrollo
del periodismo estudiantil. La fecha no es lo de menos: 7 de junio de 1982 (descansa
al lado de otra, que me entregó dos años antes el Círculo Sanmartiniano por un
trabajo sobre historia política argentina con el que representé a la escuela y al
distrito en la Biblioteca Nacional). Ese mismo año la escuela enmarcó la nota
que había escrito sobre Malvinas al finalizar la guerra y me la regaló con una
notita que todavía está pegada detrás: a la redactora más prolífica. No fue
fácil escribirla, sobre ese tema ni en ese tiempo. Pero a los 16 años uno tiene
esa mezcla de inconciencia y omnipotencia que sólo vuelve a la vuelta de la
vida… Fue la primera vez que se me acercó gente desconocida a abrazarme
emocionada por algo que había escrito. Mis padres, en cambio, temblaban de
miedo: a esa altura ya estaba colaborando en la fundación de un periódico
local, y ya nos habían seguido los inolvidables falcon verdes, ya nos habían
parado a pedirnos documentos, ya nos habían palpado de armas, ya nos habían
dicho “déjense de joder, pendejos”… y todo el ritual de la época. Esa nota y
ese premio también me valieron un trabajo en la primera agencia periodística
que conocí, y donde aprendí la cocina del oficio. Todavía funciona, en el mismo
lugar donde se hacía el recordado diario Crítica (para los más jóvenes, no el
de Lanata, sino el de Natalio Botana). Ahí fue donde vi discutir a un grupo de
viejos periodistas y un editor sobre la publicación o no de un recuadro donde
habían inventado que una actriz era lesbiana “por zurdita” (era tan peligroso
ser una cosa como otra, pero mintiendo lo primero buscaban estigmatizarla entre
colegas). Los periodistas y los pasantes iban y venían entre agencias: en los
almuerzos te enterabas de lo que sucedía en todos lados, en todas ellas, en
todas las redacciones de todos los diarios. Ahí fue donde oí hablar por primera
vez de Papel Prensa. En esas oficinas fue donde, desencantada, decidí ser
maestra. Pero nunca dejé de escribir: por ahí hay dando vueltas algunas otras
cositas, entre las que destaco un primer premio categoría cuento de SUTEBA, que
siento especial porque éramos todos maestros. Y porque me regalaron unos libros
que valoro mucho y una estadía para dos personas en el recién inaugurado Hotel
de Mar del Plata que disfrutaron mis viejos. Y escribí muchos artículos
académicos, publicados por aquí y por allá, en papel y electrónicamente, que me
abrieron otras puertas, a otras experiencias.
Y acá estoy, planificando mi vida de pronta
jubilada. Es inevitable que vuelva a revolver mis viejos papeles y aparezca
aquella vocación primera. Tengo otra edad, otra experiencia, caminé por muchos
caminos diferentes; he fundado escuelas, he militado y he hecho trabajo
comunitario… En fin, me pasó la vida por arriba, por al lado y por encima. No
me asusta el desencanto porque he visto lo mejor y lo peor en cada lugar por el
que he andado. Estoy lista para lo que
otra vez tengo ganas de hacer. Y como soy austera, como dije antes, no necesito
más de lo que tengo: eso me hace libre de hacer lo que quiero, como quiero. Y
quiero hacerlo honestamente porque lo único que me importa en serio es
mantenerme íntegra y digna: la integridad
y la dignidad es lo único que no se pierde ni se roba. Se entrega. Y yo
no me entrego: lo aprendí de mi viejo y de mis abuelos, que militaron por sus
ideales en cada intersticio en el que pudieron hacerlo. Lo único que quiero
lograr en la vida es que mis hijos me miren como yo los miro –todavía, aunque
ya no estén dando vueltas por ahí- a ellos.
Y en esta
planificación de mi futuro volví a asomar mis narices a la cocina de las
noticias, y a compartir mi tiempo con políticos y periodistas, con funcionarios
y militantes políticos y sociales, con sindicalistas, con otros bloggeros,
intercambiando información, materiales de trabajo y escritos. A muchos
periodistas los veo publicar en sus blogs personales lo que no les permiten los
medios en los que trabajan. He visto a algunos perder su trabajo por hacerlo. O
que algún medio poderoso presione a otro pequeño para que cambie su línea
editorial. Y a otros periodistas –los estrella- hacerse los desentendidos ante
el reclamo de solidaridad por un compañero despedido, o los muchos desconocidos
pero que les hacen el trabajo, cuyos
sueldos no están siendo pagados. Los veo intercambiar mensajes insultantes,
cínicos, burlones mientras se televisan los informes que han producido. Los veo
anunciar una tapa antes de que salga a la venta, chicaneando para provocar la
crítica y poder así denunciar censura previa; y luego seguir insultando durante
toda la semana para provocar las reacciones que necesitan para victimizarse y
promover el aumento de ventas que necesitan. Y publicar igual una tapa blanca que
ya estaba preparada como respuesta al retiro de la publicación de los kioscos,
retiro al que apostaron pero perdieron. Leo a muchos periodistas del Grupo
Clarín ufanándose de que hay que ver si se logra aplicar la Ley de Medios,
porque apuestan a que el gobierno no llegue a diciembre, o llegue tan
debilitado que no pueda hacerlo. Y trabajan afanosamente para eso. Sólo les
anticipo algo: ¿vieron que con Martín Sabbatella hasta ahora nadie parecía
tener problemas? Prepárense para oir las peores cosas a partir del nombramiento
como autoridad de ejecución de la Ley de Medios: ya empezaron en la cocina y
esta mañana ya escuché bien temprano a Nelson Castro tratándolo de ignorante
sobre el tema.
Y los leo a
Patricia Bullrich y Eduardo Amadeo diciendo barbaridades, burlones, pero jamás
proponiendo una idea. A De Narváez tratando de hacer propio cualquier logro. A
López Murphy y Carrió opinando siempre a destiempo, esperando antes a ver qué
dicen los demás. Al propio Macri haciendo los comentarios y publicando las
fotos con los que después nos mofamos de él, y seguramente otros pensarán quién
sabe de dónde se obtuvieron. A Rodríguez Larreta, Esteban Bullrich y Laura
Alonso sembrando miedo con sus amenazas sobre lo que harán cuando lleguen al
gobierno nacional, como si ya no viésemos lo que le están haciendo a la ciudad.
A la gente del FAP resistiendo mal disimuladamente las nuevas y estratégicas
incorporaciones de políticos devenidos amplios y progresistas.
Aunque les
parezca mentira, también leo insultos y chicaneos de afines al gobierno, pero
ninguno de sus funcionarios, legisladores o militantes: insultan sólo simples
simpatizantes, de los que, por otro lado, hay de todos los partidos con igual
voracidad por la destrucción del otro. Y les aseguro que no los hay tan voraces
ni violentamente provocadores como los del PRO. Sí hay una suerte de “soberbia
k”, a la que describiría como la seguridad absoluta en que no importa lo que
digan de ellos, la gente igual va a ver lo que se hace y los va a seguir
eligiendo. Veo en ellos una “prepotencia de trabajo” que muchas veces los hace
cometer errores serios, groseros. Pero nada comparado con lo que veo en otros
sectores. Y ni que hablar con la impunidad que veo en algún periodista que,mientras
se anunciaba su procesamiento, publicaba socarronamente fotos dignas de un
mafioso o un narco.
Y yo estoy ahí,
en un lugar desde el que puedo ver todo esto. Tengo dos opciones: o me callo y
sigo la corriente, comentando lo mismo que comentamos todos después de leer el
diario y escuchar la radio. O cuento.
Soy austera: mi
libertad y mi dignidad son mi único precio. Y tengo la oportunidad de jugar,
por un rato, al oficio de mi primera vocación. Quizás algo que dentro de unos
pocos años esté haciendo en serio. Esto es lo que estoy haciendo: sólo cuento
lo que veo.
Viviana Taylor
18 de septiembre, 2012